LA TRANSICION ESPAÑOLA: EL FRAUDE DEL SIGLO
Al calor del debate de
investidura de Rajoy, con el apoyo implícito del grupo parlamentario socialista,
ha resurgido una vez más el papel de la llamada Transición española y de los
dirigentes de la izquierda, como Santiago Carrillo, en aquella época. Aprovechamos
la ocasión para publicar un extracto del prólogo del marxista británico Alan
Woods al libro de Félix Morrow sobre la revolución española de los años 30
("Revolución y contrarrevolución en España"), donde aborda el papel
de la Transición y, en particular, la responsabilidad en la misma de la
entonces dirección del Partido Comunista de España.
ALAN WOODS, www.marxist.com - 31 October 2016
Contrarrevolución bajo un disfraz democrático
La
clase obrera española pagó un precio terrible por las políticas falsas, la
cobardía y la completa traición de sus dirigentes [en la guerra civil
española]. Los fascistas se tomaron una venganza terrible sobre los
trabajadores. Hasta un millón de personas murieron en la propia Guerra Civil.
Decenas de miles más fueron asesinadas en el período inmediatamente posterior a
la derrota. El mundo entero pagó también un precio terrible. Esa derrota de los
trabajadores españoles eliminó el último obstáculo para una nueva guerra
mundial que terminó con la muerte de 55 millones de personas.
Tomó mucho tiempo antes de
que el proletariado español pudiera recuperarse del trauma. Pero a pesar de las
duras y peligrosas condiciones, los trabajadores españoles recuperaron
gradualmente su espíritu de lucha. En la década de 1960 las primeras huelgas de
los mineros de Asturias anunciaron la re-emergencia del proletariado como
fuerza revolucionaria. Y durante todo el período que le siguió, fue la clase
obrera quien encabezó la lucha contra la dictadura con extraordinaria valentía
y determinación.
Cuando Franco murió
finalmente el 20 de noviembre de 1975, España estaba una vez más atrapada en
las garras de un levantamiento revolucionario. Los trabajadores más avanzados
comprendían instintivamente que no bastaría con derrocar la dictadura de
Franco, sino que más bien lo que se requería era destruir sus raíces. El
movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. La huelga general de
Vitoria en marzo de 1976, con la aparición de elementos de doble poder, fue el
punto culminante de este magnífico movimiento. La masacre de los trabajadores de
Vitoria en marzo podría haber sido la señal para una huelga general indefinida.
Pero una vez más, los dirigentes del PCE se pusieron primero a buscar un pacto
con la burguesía.
En enero de 1977, el brutal
asesinato de cinco abogados de Comisiones Obreras en el barrio de Atocha de
Madrid, por un grupo de pistoleros fascistas, provocó un sentimiento de furia
en la clase obrera. El ambiente, como muy bien recuerdo, estaba al rojo vivo.
Pero una vez más los dirigentes del PCE pusieron los frenos. El funeral de los
abogados se convirtió en una manifestación masiva que paralizó Madrid. Todo el
país habría respondido a una convocatoria de huelga general, o incluso a un
levantamiento. Pero el servicio de orden del PC silenció cualquier consigna o
cántico, e impidió que se desplegara cualquier bandera o pancarta. Los
trabajadores se vieron obligados a marchar en silencio, ahogándose en su rabia.
Los dirigentes del PCE
estaban ansiosos por demostrar a la burguesía que podían ser confiables para
mantener a las masas bajo control. Lo que querían no era la revolución, sino un
acuerdo con la burguesía. Habían puesto en marcha la "Junta
Democrática", que incluía a ex fascistas. Para no quedarse fuera de juego,
los dirigentes del Partido Socialista (PSOE) lanzaron su propio Frente Popular,
la "Plataforma Democrática". A espaldas de la clase obrera y de las
bases del PCE, Carrillo llegó a un acuerdo con Adolfo Suárez, el líder del
fascista Movimiento Nacional – el partido único franquista – que fue nombrado
por el rey Juan Carlos como presidente del gobierno.
Con el fin de cerrar el
acuerdo, los dirigentes obreros no sólo accedieron a renunciar a la lucha
contra el capitalismo. Incluso abandonaron las reivindicaciones democráticas
más elementales, como la abolición de la monarquía. Todo esto era un anatema
para la inmensa mayoría de los trabajadores, tanto socialistas como comunistas,
que durante años habían estado arriesgando sus vidas en la lucha contra el
régimen de Franco.
La "Transición" - el fraude
del siglo
Pactos, acuerdos, consenso,
coaliciones con la burguesía: todo esto se había convertido en el pan de cada
día de los estalinistas durante décadas. Por supuesto, estamos hablando aquí de
los dirigentes. Las bases comunistas nunca habían abandonado su lealtad a la
lucha de clases y al socialismo. Aceptaron con los dientes apretados los
dictados de los Líderes, consolándose con que estas claudicaciones eran
meramente "tácticas", que fueron dictadas por necesidad, y que en el
futuro el Partido saldría con sus verdaderos colores. Pero nunca lo hizo. Este
oportunismo sin principios no era táctico sino orgánico.
Cuando Santiago Carrillo
murió, la prensa liberal burguesa publicó los tributos más elogiosos para el
hombre que los salvó. Un agradecido Juan Carlos fue a visitar su lecho de
muerte sólo dos horas después de su fallecimiento, diciendo que el ex
secretario general del PCE había jugado un "papel fundamental" en el
establecimiento de la democracia en España. Esa es la pura verdad. Carrillo y
los otros dirigentes del PCE jugaron un papel clave en el debilitamiento del
movimiento revolucionario de la clase obrera y en ayudar a la burguesía a
restaurar su control cada vez que se le escapaba de las manos. Por supuesto,
los dirigentes del PSOE no eran ni una pizca mejores, pero no comandaban el
tipo de apoyo que estaba en manos del PCE y de Comisiones Obreras y que
controlaban en ese momento.
El resultado de estas
intrigas palaciegas fue ese aborto abominable bautizado como la
"Transición Democrática". Este fue el fraude del siglo. La llamada
Transición Democrática fue una traición a todo por lo que los trabajadores
españoles habían estado luchando. El viejo régimen se mantuvo prácticamente intacto,
aunque ahora ungido con un poco de aceite "democrático". Los viejos
cuerpos represivos se mantuvieron como estaban. La Guardia Civil continuó
disparando a los manifestantes, torturando y asesinando a los presos en las
cárceles. Los privilegios monstruosos de la Iglesia Católica Romana, ese
baluarte de la contrarrevolución fascista, se dejaron intactos, una carga
intolerable sobre el pueblo español. Los vastos ejércitos de monjas y
sacerdotes permanecieron a cargo de sus escuelas, y sus sueldos pagados por el
contribuyente.
Ni una sola persona fue
castigada por los crímenes, asesinatos y atrocidades de la dictadura. Los
asesinos y torturadores caminaban libremente por las calles donde podían reírse
en la cara de sus víctimas. Se suponía que el pueblo español debía simplemente
olvidar el millón que murió en la Guerra Civil. Los libros de historia fueron
reescritos de tal manera que se suponía que nada de esto había sucedido. Las
fosas comunes, donde miles de cadáveres sin nombre yacían debajo de olivares y
puertos de montaña, fueron dejadas tranquilas para no impedir que los turistas
admiraran la vista del paisaje.
Lo más difícil de aceptar
para todos los trabajadores fue el reconocimiento de la Monarquía. Hubo un
sentimiento de amarga decepción. Miles de activistas que habían sacrificado
tanto, arriesgado sus vidas, perdido su trabajo, sufrido encarcelamiento,
palizas y torturas, renunciaron a los partidos socialista y comunista con
indignación. Esto preparó el camino para un reflujo prolongado en el movimiento
obrero, que ha durado hasta hace muy poco.
La venganza de la historia
Santiago Carrillo y los otros
dirigentes del PCE defendieron un "compromiso histórico" entre
conservadores y comunistas. En realidad, fueron los primeros quienes ganaron
todo, mientras que los comunistas lo perdieron todo. El PCE pagó el precio por
el oportunismo de sus dirigentes. Su voto se redujo drásticamente, mientras que
el del Partido Socialista aumentó ¡Por supuesto! Si hay dos partidos obreros,
uno grande y uno pequeño, con políticas y programas similares, los trabajadores
votarán por el mayor de los dos. En los años que siguieron, el PCE vio declinar
su influencia; su militancia y su voto se hundieron. Se ha convertido en una
sombra de lo que fue. Este partido una vez poderoso ha sido disuelto
prácticamente en Izquierda Unida. Se trata de un destino trágico para un
partido que fue construido a través del heroísmo y del sacrificio de una
generación de militantes obreros que arriesgaron sus vidas en la lucha
clandestina contra la dictadura de Franco.
Sin embargo, al calor de la
actual crisis económica y social en España, tanto el Partido Comunista como
Izquierda Unida están experimentando una recuperación. Eso es bastante natural.
Los trabajadores y la juventud radicalizada están buscando una manera de salir
del callejón sin salida del capitalismo. Están buscando la bandera del
comunismo – la bandera de la revolución socialista. El Partido Comunista hoy
sigue siendo, con mucho, el mayor contingente dentro de Izquierda Unida, y ha
mostrado recientemente signos de moverse hacia la izquierda, lo cual tiene que
ser celebrado. Las bases comunistas están volviéndose cada vez más críticas con
su propio pasado, en particular con la llamada transición democrática.
Sienten instintivamente que
la posición privilegiada de la Iglesia y de la Monarquía es una violación
intolerable de los derechos democráticos básicos, y tratan de regresar a las
genuinas tradiciones del comunismo, a las ideas de Marx y de Lenin. Están
diciendo: "El régimen de 1978 está acabado" ¡Sí! Pero lo que se
necesita es un debate profundo y honesto sobre el pasado y un análisis de los
errores que se cometieron. Es necesario romper totalmente con las políticas del
"consenso", de pactos y alianzas con la burguesía. El Partido
Comunista debe defender una política comunista, una política leninista basada
en la completa independencia de clase y en una lucha contra todas las formas de
privilegio, de opresión y de dominación de clase. El Partido Comunista debe
luchar por el socialismo, no en palabras sino en los hechos, no en un futuro
oscuro y lejano, sino aquí y ahora.
Más de tres décadas después
de la traición de la Transición, España se mueve de nuevo hacia un
levantamiento revolucionario. El país se enfrenta ahora a un enorme desempleo y
a la crisis económica más profunda desde hace décadas. Después de un largo
período de relativa quietud, hay claros signos de un resurgimiento de la lucha
de clases. En 2011 tuvimos el impresionante movimiento de la juventud
revolucionaria, con cientos de miles de indignados que ocuparon las principales
plazas de las ciudades españolas. Más de seis millones de personas, de acuerdo
con una encuesta de opinión de IPSOS, dijeron que habían participado de un modo
u otro en el movimiento.
Ha habido protestas masivas
contra las medidas de austeridad del gobierno de Rajoy, huelgas generales y el
impresionante movimiento de los mineros, que recordaba las tradiciones de la
década de 1930. Sólo en 2012, hubo dos huelgas generales de 24 horas. También
ha habido movimientos masivos contra los recortes en educación, un movimiento
exitoso contra la privatización de la sanidad en Madrid, grandes
manifestaciones y acciones directas para resistir los desahucios y embargos, el
movimiento victorioso en el barrio de Gamonal (Burgos) contra la especulación
urbanística, las huelgas indefinidas de los maestros de Baleares, de los
trabajadores de Panrico, de la limpieza de Madrid, de Coca Cola, etc.
Sin embargo, para tener éxito
estos movimientos requieren una expresión política organizada. La nueva
generación de activistas está buscando ideas, una bandera y una organización.
Pero los dirigentes de los principales partidos obreros no han aprendido nada y
lo han olvidado todo. Por lo tanto, no es de extrañar que la juventud despliegue
desconfianza y escepticismo hacia los dirigentes y partidos que no ofrecen una
alternativa clara a la injusticia, el caos y la criminalidad del capitalismo. Y
están buscando respuestas a las muchas preguntas sin respuesta que quedan del
pasado. La erupción repentina de PODEMOS en la escena fue una expresión gráfica
de este hecho. Ha proporcionado un canal para la expresión de toda la ira y la
frustración que se han ido acumulando en la sociedad española durante décadas.
El rápido ascenso de PODEMOS
es un reflejo de la incapacidad de las viejas direcciones de presentar un
programa revolucionario que pueda atraer a los jóvenes y trabajadores. Ha
atraído a muchas de las capas más activas y enérgicas de la sociedad. Ha
despertado grandes esperanzas. Pero carece de muchas cosas: una organización
democrática debidamente estructurada y un programa socialista claro y sin
ambigüedades. Hay un debate en curso, que puede resolver estas deficiencias.
Pero la condición previa para esto es un análisis serio, honesto y crítico de
los errores del pasado. El único camino para que los trabajadores españoles
aseguren su victoria futura es aprender las lecciones de la revolución española
de 1931-1937 y de la guerra civil. Sin esta comprensión estarían condenados a
cometer errores similares y a sufrir el destino de sus padres y abuelos
Todos los intentos de
enterrar el pasado han fracasado. En su búsqueda de la "memoria
histórica", la nueva generación está excavando las tumbas, y rescatando
los restos mortales de las víctimas del fascismo. Al hacerlo, no sólo están
luchando por la justicia. También están luchando para recuperar las genuinas
tradiciones de las generaciones pasadas. Después de todo, ¿qué esperanza hay
para un país que ha perdido su pasado? Cuando un hombre o una mujer sufren de
amnesia, van a un médico para recibir tratamiento. Cuando todo un pueblo sufre
de amnesia colectiva es necesario suministrarle el tratamiento más drástico.
Los poderosos intereses creados desean mantener el pasado de España cerrado y
bajo llave. Pero la clase obrera y todas las fuerzas vivas del Estado español
exigen la verdad y no estarán satisfechas con menos que eso.
En el orden del día está
planteado un retorno a las décadas de 1930 y 1970, pero a un nivel
cualitativamente superior. Después de décadas de vivir una mentira, la gente
está cuestionando la propia naturaleza de la infame "Transición a la
Democracia". Las banderas republicanas están ondeando de nuevo desafiantes
en las manifestaciones. Son vistas por muchos en el movimiento comunista y en
Izquierda Unida como un símbolo de la lucha contra un régimen reaccionario y en
bancarrota que se impuso al pueblo como parte de una estafa
"democrática". Y tienen bastante razón. Ningún progreso será posible
hasta que esta estafa quede desacreditada y sea derribada.
Hoy la Revolución Española
sigue siendo una fuente de inspiración inmensa. Trotsky dijo que la clase
obrera española pudo hacer no una, sino diez revoluciones. Ésta desplegó un
tremendo coraje, iniciativa y energía. Pero al final fracasó, y el pueblo
español pagó un precio terrible por ese fracaso. Por tanto, es esencial que la
nueva generación preste mucha atención a las razones de esa derrota. Y no hay
mejor manera de entender las lecciones de la década de 1930 que leer este
libro.
Es la tarea de los marxistas
españoles llevar las lecciones del pasado a la clase obrera y a la juventud.
Los dirigentes reformistas ya no tienen el mismo dominio férreo sobre la clase
obrera que tenían en el pasado, mientras que el anarquismo en España es una
mera sombra de lo que fue. La crisis mundial del capitalismo coloca de nuevo en
el orden del día la transformación socialista de la sociedad. Es el deber de
todos los trabajadores conscientes estudiar las lecciones de la revolución
española, y el libro de Félix Morrow proporciona la clave comprender que es una
precondición necesaria llevar la lucha a una conclusión victoriosa. En palabras
de George Santayana: "El que no aprende de la historia siempre estará
condenado a repetirla".
Comentarios
Publicar un comentario
¡¡ Dejanos tu Opinion !!