¿POR QUE EL SOCIALISMO? - A. Einstein

 Nota Editor: 

        Este artículo fue escrito por Albert Einstein al objeto de que se publicara como “editorial” en la revista "Weekly Review", fundada por Paul Sweezy, un economista marxista norteamericano, que en 1949 había dimitido de forma forzada de su puesto en la Universidad de Harvard.

 Por: Albert Einstein

    ¿Resulta apropiado que alguien opine sobre el Socialismo sin ser un experto en sociología o economía?

 Yo creo que sí, por varias razones.

     En primer lugar, vamos a analizar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. A simple vista, puede parecer que no hay diferencias fundamentales de método entre la astronomía y la economía: los científicos de ambos campos tratan de descubrir las leyes que rigen ciertos grupos de fenómenos y explicar de la manera más clara posible la interconexión entre ellos. Sin embargo, sí que existen diferencias fundamentales de método. 

    En economía, es difícil hacer descubrimientos de leyes generales, dado que los fenómenos de este campo se ven afectados por gran variedad de factores que resultan muy complejos de evaluar por separado. Además, la experiencia acumulada desde el llamado periodo civilizado de la historia humana se ha visto influenciada por causas que no son en absoluto económicas. Por ejemplo, la mayoría de los Estados de la historia deben su existencia a la conquista. Los conquistadores se posicionaron, legal y económicamente, como la clase privilegiada de la tierra conquistada. Se aseguraron el monopolio de la tierra y nombraron al clero de entre sus propias filas. Los clérigos, al control de la educación, convirtieron las diferencias de clase en una institución permanente, con lo que crearon un sistema de valores por el cual la gente, a menudo de manera inconsciente, guiaba su comportamiento en sociedad. 

    Pero la tradición histórica es algo del ayer; en ningún lugar hemos sido aún capaces de superar lo que Thorstein Veblen llamaba «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables forman parte de dicha fase, e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no pueden aplicarse a otras fases. Ya que el auténtico objetivo del socialismo es, precisamente, superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, las ciencias económicas, en su estado actual, poco pueden adelantar respecto a la sociedad socialista del futuro.

    En segundo lugar, el socialismo está orientado hacia un fin social y ético. La ciencia, sin embargo, no puede crear fines, y mucho menos inculcarlos en los seres humanos. Como mucho, la ciencia puede ofrecer los medios con los que alcanzar un cierto fin. Pero el fin en sí mismo suelen concebirlos personas con elevados ideales éticos y, si el fin es lo suficientemente fuerte, esa multitud de personas que, casi inconscientemente, determinan la lenta evolución de la sociedad pueden adoptarlo y llevarlo a cabo.

    Por estos motivos, deberíamos estar alerta y no sobrevalorar las ciencias y sus métodos cuando se trata de una cuestión de problemas humanos; ni suponer que los expertos son las únicas personas con el derecho a expresarse sobre cuestiones que afecten a la organización de la sociedad. 

    Durante ya cierto tiempo, son innumerables las voces que llevan afirmando que la sociedad humana está atravesando una crisis y que su estabilidad ha recibido un duro golpe. Es algo característico de este tipo de situación que los individuos sientan indiferencia e incluso hostilidad hacia el grupo, grande o pequeño, al que pertenecen. Permitidme ilustrar esta idea con una experiencia personal. Recientemente, debatí con un tipo inteligente y educado la posibilidad de otra gran guerra, que en mi opinión pondría seriamente en peligro la existencia de la humanidad. Dije que solo una organización supranacional podría ofrecernos una forma de protección ante tal peligro. A lo cual, con mucha calma, el tipo dijo: ¿Por qué estás tan en contra de la desaparición de la humanidad? 

    Estoy seguro de que, hace apenas un siglo, nadie diría este tipo de cosas tan a la ligera. Es la pregunta de un hombre que ha tratado en balde de encontrar el equilibrio y ha perdido la esperanza de encontrarlo. Es la expresión de una soledad dolorosa y un aislamiento que mucha gente sufre en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay salida? 

    Es fácil hacerse estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Voy a intentarlo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente de que nuestros anhelos y sentimientos son a menudo contradictorios y difusos, y de que no es fácil expresarlo de manera simplista. 

    El ser humano es un ser solitario y un ser social al mismo tiempo. Como ser solitario, trata de proteger su propia existencia y la de aquellos que le son más cercanos, de satisfacer sus deseos personales y de desarrollar sus habilidades innatas. Como ser social, trata de ganar reconocimiento y afecto de sus congéneres, de compartir con ellos el placer, de consolarlos en la tristeza y de mejorar sus condiciones de vida. Estos diversos anhelos, a menudo en conflicto entre sí, forman el carácter de una persona, y la combinación entre ellos determina hasta qué punto un individuo puede alcanzar el equilibrio interior y contribuir al bienestar de la sociedad. Es posible que la fuerza relativa de estos impulsos esté determinada por la herencia. Sin embargo, la personalidad que emerge está moldeada por el ambiente en el que se desarrolla la persona, por la estructura social en la que crece, por las tradiciones de esa sociedad y por los comportamientos que esta promueve. El concepto de «sociedad» en abstracto significa para el individuo la suma total de sus relaciones directas e indirectas con su generación y con todas las personas de otras anteriores. El individuo es capaz de pensar, sentir, esforzarse y trabajar por sí mismo; pero depende tanto de la sociedad —física, intelectual y emocionalmente— que resulta imposible entenderle o pensar en él fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee de comida, ropa, hogar, herramientas de trabajo, idioma, la forma y el contenido del pensamiento; su vida es posible gracias al trabajo y a los logros de los millones de personas del pasado y del presente que se esconden tras la palabra «sociedad». 

    Por tanto, resulta evidente que la dependencia que el individuo tiene de la sociedad es un hecho de la naturaleza que no podemos anular, así como en el caso de las hormigas y las abejas. No obstante, mientras que el proceso vital de las hormigas y las abejas está determinado por instintos rígidos y hereditarios, los patrones sociales y las interrelaciones humanas son muy variables y susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer nuevas combinaciones y la comunicación oral han hecho posibles avances que no están determinados por necesidades biológicas. Tales avances se manifiestan en las tradiciones, instituciones y organizaciones; en la literatura e ingeniería científica; y en las obras de arte. Así sucede que, en cierto modo, el ser humano puede influir en su vida a través de su propia conducta, y que el pensamiento y el deseo conscientes juegan un papel en este proceso. 

    El ser humano adquiere al nacer, a través de la herencia, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, con los impulsos naturales característicos de la especie humana. Además, durante su vida, obtiene una constitución cultural que adopta de la sociedad a través de la comunicación y de otras muchas influencias. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, está sujeta a cambios y determina en gran parte la relación entre el individuo y la sociedad. La antropología moderna nos enseña que, a través de investigaciones comparativas de las llamadas sociedades primitivas, el comportamiento social de los seres humanos puede variar enormemente, según los patrones culturales y tipos de organización que predominen en la sociedad. He aquí donde se encuentra la esperanza de quienes desean mejorar la suerte de la humanidad: los seres humanos no están condenados, debido a su constitución biológica, a aniquilarse los unos a los otros o a vivir a merced de un destino cruel autoimpuesto. 

    Si nos preguntamos como debería cambiar la estructura social y la actitud cultural de la humanidad para así hacer la vida lo más satisfactoria posible, debemos ser conscientes del hecho de que somos incapaces de modificar ciertas condiciones. Como ya he mencionado anteriormente, en la práctica, la naturaleza biológica del ser humano no está sujeta a cambios. Es más, los acontecimientos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que han llegado para quedarse. En asentamientos densamente poblados que cuentan con los bienes necesarios para su existencia, es absolutamente necesario un aparato productivo altamente centralizado y una división extrema del trabajo. La época en el que los individuos y grupos relativamente pequeños podían ser autosuficientes y que parece tan idílica visto desde nuestra era, ha quedado atrás. No resulta muy exagerado decir que, actualmente, la humanidad constituye una comunidad planetaria de producción y consumo. 

    He llegado al momento en el que voy a exponer brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Concierne a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero no percibe esta dependencia como un lazo orgánico, como un activo positivo, como una fuerza protectora, sino más bien como una amenaza a sus derechos naturales e incluso a su existencia económica. Además, su posición en la sociedad es tal que sus impulsos egocéntricos se acentúan constantemente, mientras que los impulsos sociales, más débiles por naturaleza, se ven progresivamente deteriorados. Todos los seres humanos, independientemente del lugar que ocupen en la sociedad, sufren de este proceso de deterioro. Prisioneros inconscientes de su propio egoísmo, se sienten solos, inseguros y privados del ingenuo y simple disfrute de la vida. El ser humano solo puede encontrar sentido a la vida, por peligrosa y corta que esta sea, dedicándose a la sociedad. 

    La anarquía económica de la sociedad capitalista en su forma actual es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal que provoca la crisis. Ante nosotros vemos una enorme comunidad de productores cuyos miembros se esfuerzan incesantemente en privarse los unos a los otros de los frutos del trabajo colectivo. No por la fuerza, si no en fiel cumplimiento de las reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante darse cuenta de que los medios de producción, es decir, toda la capacidad productiva necesaria para obtener bienes de consumo, así como capital adicional, pueden ser de manera legal, y en su mayor parte lo son, propiedad privada de individuos. 

    Para simplificar, llamaré «trabajadores» a todos aquellos que no comparten la propiedad de los medios de producción, aunque esto no corresponda totalmente al uso habitual del término. El dueño de los medios de producción tiene la capacidad de comprar la mano de obra de los trabajadores. Al hacer uso de los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que pasan a ser propiedad del capitalista. La cuestión esencial de este proceso es la relación entre lo que el trabajador produce y la paga que recibe a cambio, ambas cosas medidas en términos de valor real. En la medida en que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado, no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades básicas y por los requisitos de mano de obra de los capitalistas en relación con el número de trabajadores que compiten por el empleo. Es importante entender que el pago que recibe el trabajador no está determinado por el valor de su producto, ni siquiera en la teoría. 

    El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo fomentan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de estos acontecimientos es la oligarquía del capital privado, cuyo enorme poder no puede ni siquiera controlarlo de manera eficaz una sociedad política organizada democráticamente. Esto se debe a que son los partidos políticos —en gran medida financiados o influenciados por los capitalistas privados que, a efectos prácticos, separan al electorado de la legislatura— quienes nombran a los cuerpos legislativos. Como consecuencia, la realidad es que los representantes del pueblo no protegen lo suficiente los intereses de los sectores más desfavorecidos de la población. Además, en las condiciones actuales, los capitalistas privados controlan inevitablemente, directa o indirectamente, las principales fuentes de información (prensa, radio, educación). Por ello, es extremadamente difícil para el ciudadano individual, e incluso imposible en la mayoría de los casos, llegar a conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos. 

    La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital se caracteriza así por dos principios fundamentales: primero, los medios de producción (capital) son de propiedad privada y los propietarios disponen de ellos como les parece; segundo, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, cabe destacar que la clase obrera, mediante largas y encarnizadas luchas políticas, ha logrado una forma un tanto mejorada del «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Sin embargo, tomada en su conjunto, la economía actual no difiere mucho del capitalismo «puro». 

    La producción se lleva a cabo con fines de lucro, no por utilidad. No existe ninguna garantía de que todas las personas capaces y dispuestas a trabajar siempre puedan encontrar empleo; casi siempre existe un «ejército de desempleados». El trabajador vive con un miedo constante a perder su empleo. Puesto que los trabajadores desempleados y mal pagados no constituyen un mercado rentable, la producción de bienes de consumo se ve restringida, lo que acarrea grandes penurias. Los avances tecnológicos, en lugar de aliviar la carga de trabajo para todo el mundo, producen más desempleo. El afán de lucro, junto con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y utilización del capital que provoca recesiones cada vez más graves. La competencia sin límites conduce a un enorme desperdicio de trabajo y a esa mutilación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes. 

    Considero que este efecto paralizante sobre los individuos es el peor mal del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo padece de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada en el estudiante, a quien se le enseña a venerar el éxito adquisitivo como preparación para su futura carrera profesional. 

    Estoy convencido de que solo hay una manera de eliminar estos males: mediante el establecimiento de una economía socialista, acompañada de un sistema educativo orientado a objetivos sociales. En dicha economía, los medios de producción pertenecen a la propia sociedad y se utilizan de forma planificada. Una economía planificada, que ajusta la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo entre todas las personas capaces de trabajar y garantizaría el sustento de cada hombre, mujer y niño. La educación del individuo, además de fomentar sus propias capacidades innatas, procuraría desarrollar en ella un sentido de responsabilidad hacia sus semejantes, en lugar de la glorificación del poder y el éxito de nuestra sociedad actual. 

    Sin embargo, conviene recordar que una economía planificada no llega a ser socialismo. Una economía planificada como tal puede conducir a la completa esclavización del individuo. La consecución del socialismo requiere la solución de algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿Cómo es posible, dada la profunda centralización del poder político y económico, evitar que la burocracia se vuelva todopoderosa y arrogante? ¿Cómo se pueden proteger los derechos del individuo y, con ello, asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia? 

    En esta era nuestra de transición, la claridad sobre los objetivos y problemas del socialismo es de suma importancia. Dado que, en las circunstancias actuales, el debate libre y sin trabas sobre estos asuntos se ha convertido en tabú, considero que la fundación de esta revista constituye un importante servicio público.

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