UNA ESCUELA DE ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA

Nota Editor:   

    Hegel escribio que todos los grandes hechos, incluyendo los personajes de la historia universal, siempre aparecen dos veces. K. Marx añadio que ello era correcto, pero que nunca se repite de la misma forma o al mismo nivel, sino que unas veces lo hace como tragedia y otra como farsa.

     Releyendo los textos teoricos de los clasicos del marxismo, como en el caso que aqui presentamos, 'una escuela de estrategia revolucionaria', de Leon Trotsky,  nos muestra la clara superioridad del analisis marxista, con respecto al de cualquier otra tendencia del pensaniento humano. En ellos tenemos los analisis teoricos de base que nos permiten entender no solo los acontecimientos del pasado, sino de los desarrollos del presente.

     Es solo sobre estas bases teoricas, aprendiendo de las carencias, limitaciones, errores y otros aspectos, los marxistas contemporaneos, hoy en dia, podremos construir las herramientas necesarias para que la clase obrera mundial afronte con exito la lucha por derribar el capitalismo y construir una sociedad basada en la mas absoluta libertad, igualdad y fraternidad de los seres humanos.   (S.P.)


UNA ESCUELA DE ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA

*Texto publicado por Tercer Congreso Internacional Comunista - Julio 1921

Por: Leon Trotsky

Las premisas materiales de la revolución

  Camaradas, la teoría del marxismo ha determinado las condiciones y leyes de la evolución histórica ... En lo que atañe a las revoluciones, la teoría de Marx, escrita por la pluma misma de Marx, en el prefacio de su obra, 'Contribución a la crítica de la economía política', establece a priori la siguiente conclusión:

     «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.»

     Esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para nosotros, su indudable valor directriz. Sin embargo, más de una vez se ha comprendido al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso por lo tanto. Además, se pueden sacar falsas conclusiones de la proposición arriba citada. Marx dice que un régimen social debe desaparecer cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del hombre sobre las fuerzas naturales) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese régimen. 

     Desde el punto de vista del marxismo la sociedad histórica, tomada como tal, constituye una organización colectiva de los hombres que tienen como fin el acrecentamiento de su poder sobre el de la naturaleza. Este fin, naturalmente, no se les ha impuesto a los hombres sino que son ellos mismos los que, en el curso de su evolución, luchan por alcanzarlo, adaptándose a las condiciones objetivas del medio y aumentando cada día su poder sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. Siguiendo la proposición, vemos que las condiciones necesarias para una revolución (para una revolución social profunda, y no para golpes de estado, por sangrientos que sean), revolución que remplace a un régimen económico por otro, nacen solamente a partir del momento en que el régimen social antiguo comienza a trabar el progreso de las fuerzas de producción. Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará infaliblemente y por su propio impulso, cuando se haya hecho reaccionario, desde el punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el desarrollo de la potencia técnica del hombre. De ninguna manera, pues si las fuerzas de producción constituyen la potencia motriz de la evolución histórica, esta evolución, sin embargo, no se produce fuera de los hombres, sino por medio de los hombres. 

     Las fuerzas productivas, el poder del hombre social sobre la naturaleza, se acumulan independientemente de la voluntad de cada hombre por separado, y depende sólo en parte de la voluntad general de los hombres de hoy, pues la técnica representa un capital ya acumulado que nos ha sido legado por el pasado, y que, si nos coloca en situación avanzada, en cierta manera también nos retiene. No obstante, cuando estas fuerzas de producción, esta técnica comienza a sentirse estrechas en los límites de un régimen de esclavitud, de servidumbre o, bien, de un régimen burgués, y cuando un cambio de formas sociales se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases.

     La clase social que dirigía la antigua sociedad, convertida en reaccionaria, debe ser remplazada por una clase social nueva que aporta el plan de un régimen social nuevo correspondiente a las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas y que está presto a realizar ese plan. Pero no siempre ocurre que aparezca una clase nueva, lo suficientemente consciente, organizada y poderosa, para destronar a los antiguos dueños de la vida y para abrir camino a las nuevas relaciones sociales, en el preciso momento en que el antiguo régimen social reacciona. No ocurre siempre así. 

     Por el contrario, más de una vez ocurrió en la historia que una vieja sociedad se agotara (por ejemplo, el régimen de esclavitud romano y, anteriormente, las civilizaciones de Asia, en las cuales la esclavitud impedía el progreso de las fuerzas productoras), pero en esta sociedad ya desaparecida no existía una clase suficientemente fuerte para anular a los directores y establecer un nuevo régimen, el de servidumbre, que constituía un paso hacia adelante en relación con el antiguo régimen. A su vez, en la servidumbre, no se dispone siempre, en el momento preciso, de la clase nueva (burguesía), dispuesta a abatir el feudalismo y abrir vía franca a la evolución histórica. Más de una vez se ha visto en la historia que cierta sociedad, nación, pueblo, tribu o varios pueblos o naciones que vivían en condiciones históricas análogas, se encuentran ante la imposibilidad de progreso ulterior, en los límites de un régimen económico determinado (de esclavitud o de servidumbre). No obstante, como todavía no existía una nueva clase que hubiera podido dirigirles sobre nuevas vías, esos pueblos, esas naciones, se descomponen; una civilización, un estado, una sociedad, han dejado de existir. 

      Así resulta que la humanidad no ha marchado de abajo a arriba, siguiendo una línea siempre ascendente. No. Ha conocido largos períodos de estancamiento y de recaída en la barbarie. Las sociedades se han educado, alcanzando cierto nivel, pero no han podido sostenerse en las alturas... La humanidad no conserva su puesto; su equilibrio, a causa de las luchas de las clases y de las naciones, es inestable. Si una sociedad no sube, cae, y si no hay clase que pueda educarla, se descompone y cae en la barbarie.

    A fin de comprender este problema tan extremadamente complejo, no bastan, camaradas, las abstractas consideraciones que ante vosotros expuse. Es preciso que los jóvenes camaradas, poco al corriente de estas cuestiones, estudien obras históricas para familiarizarse con la historia de diferentes países y pueblos, en particular con la historia económica. Sólo entonces podrán representarse de manera clara y completa el mecanismo interior de la sociedad. Hay que comprender este mecanismo para aplicar con exactitud la teoría marxista a la táctica. Es decir a la práctica de la lucha de clases.

Los problemas de la táctica revolucionaria

      Cuando se trata de la victoria del proletariado, algunos camaradas se representan la cosa del modo más sencillo. En este momento tenemos en el mundo entero tal situación que podemos decir (marxistamente) con absoluta certeza: el régimen burgués espera el fin de su desarrollo. Las fuerzas de producción no pueden progresar en los límites de la sociedad burguesa. Efectivamente, lo que hemos visto en el curso de los diez años últimos es la ruina, la descomposición de la base económica de la humanidad capitalista y una destrucción mecánica de riquezas acumuladas. Actualmente estamos, en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo, y que no es una simple crisis llegada a su hora «normal» e inevitable en el proceso del progreso de las fuerzas productoras del régimen capitalista; esta crisis marca hoy la ruina y el desastre de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Acaso concurran todavía ciertos altibajos; pero, en general, como expuse a los camaradas en la misma sala hace mes y medio, la curva del desarrollo económico tiende, a través de todas sus oscilaciones, hacia abajo, y no hacia arriba. Sin embargo, ¿quiere esto decir que el fin de la burguesía llegará automática y mecánicamente? De ningún modo. 

      La burguesía es una clase viva que ha retoñado sobre determinadas bases económico-productivas. Esta clase no es un producto pasivo del desarrollo económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica. Esta clase ha sobrevivido, o sea que se ha hecho el más terrible freno de la evolución histórica Lo cual no quiere decir que esta clase esté dispuesta a cometer un suicidio histórico ni que se disponga a decir: «Habiendo reconocido la teoría científica de la evolución que yo soy reaccionaria, abandono la escena.»  Evidentemente, ¡esto es imposible! Por otra parte, no es suficiente que el partido comunista reconozca a la dase burguesa como condenada y casi suprimida para considerar segura la victoria del proletariado. No. ¡Todavía hay que vencer y tirar abajo la burguesía!

      Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productivas en los marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución. Sin embargo, la revolución significa ya, por sí misma, una lucha viva de las clases. La burguesía al contrario de las necesidades de la evolución histórica aún es la clase social más poderosa. Más aún: puede decirse, desde el punto de vista político, que la burguesía espera el máximo de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación. Es decir el máximo del desarrollo de su estrategia de clase en el mismo instante en que más amenazada está de su pérdida social. La guerra y sus terribles consecuencias (y la guerra era inevitable, porque las fuerzas productivas no cabían en el marco burgués) han descubierto ante la burguesía el amenazador peligro de su hundimiento. Tal hecho ha agudizado hasta lo infinito el instinto de conservación de clase. Cuanto más grande es el peligro más una clase (como cualquier individuo) tiende con todas sus fuerzas a la lucha por instinto de conservación. No olvidemos que la burguesía se encuentra frente a un peligro mortal, después de haber adquirido la mayor experiencia política. 

     La burguesía creó y destruyó toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática, de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda esta experiencia, de lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros reconocen sus dirigentes.


     Si analizamos superficialmente este hecho encontraremos una contradicción: hemos juzgado a la burguesía desde el punto de vista del marxismo; es decir, hemos reconocido, por medio de un análisis científico del proceso histórico, que se había sobrevivido a sí misma, haciendo demostración de una vitalidad colosal. En realidad, aquí no hay contradicción. Esto es lo que en el marxismo se llama dialéctica. El hecho está en los lados distintos del proceso histórico: la economía, la política, el estado, el restablecimiento de la clase obrera no se desenvuelven simultánea ni paralelamente. 

      La clase obrera no progresa en absoluto paralela al crecimiento de las fuerzas de producción, y la burguesía no decae a medida que el proletariado crece y se afianza. No. La marcha de la historia es otra. Las fuerzas de producción se desarrollan por etapas: a veces avanzan mucho, a veces retroceden. La burguesía, a su vez también se desarrolla a saltos; la clase obrera, lo mismo. Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar; vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle, con el pensamiento, a la clase obrera: «Sí. Mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quien cae primero en él. ¡Acaso, antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!»  ¿Qué significa esto? Sencillamente la destrucción de la civilización europea en su conjunto. 

      Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido que nuestra sociedad no puede desarrollar sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.

      Pero la historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera. «Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el problema!» He aquí el presente estado de las cosas.

     Vemos en Europa, después de la guerra, cómo ensaya encontrar la clase obrera, casi inconscientemente, una solución al problema que le ofrece la historia. Y la conclusión práctica (a la cual deben llegar todos los elementos pensadores de la clase obrera en el curso de estos tres años después de la guerra) es la siguiente: no es tan fácil abatir a la burguesía, aunque aparezca condenada por la historia.

   El período que Europa y el mundo entero atraviesan en este momento, por un lado, es el de la descomposición de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, mientras que, por otra parte, es el del desarrollo más alto de la estrategia contrarrevolucionaria burguesa. Es necesario comprenderlo claramente. Jamás la estrategia contrarrevolucionaria, es decir el arte de la lucha combinada contra el proletariado, tuvo la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones de los curas y de los profesores hasta el fusilamiento de los huelguistas por las ametralladoras, alcanzó la altura de hoy.

     El ex Secretario de Estado norteamericano, Mr. Lansing cuenta, en su libro sobre la paz de Versalles, que Mr. Lloyd George ignora la geografía, la economía política, etc. Estamos dispuestos a creerlo. Pero lo que verdaderamente es indudable para nosotros es que el propio Mr. Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia que suministra este informe sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es, en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y estamos, obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente ni mucho menos los méritos futuros del partido comunista inglés (¡tan joven aún!), que el proletariado inglés no posee todavía un estratega semejante. 

      En Francia, el presidente de la república, Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del gobierno Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto, al servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios distinguidos, la rica experiencia de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con que esmero atrae a su seno la burguesía (para colocarlos a su cabeza) a los hombres y a los grupos que acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su desarrollo, para su riqueza, poder y conservación.

Una escuela de estrategia revolucionaria 

      La tarea de la clase obrera, tanto en Europa como en el mundo entero, consiste en oponer a la estrategia contrarrevolucionaria burguesa, acentuadísima, su propia estrategia revolucionaria, llevándola al último extremo. A este fin, es preciso darse perfecta cuenta de que no se conseguirá nunca abatir a la burguesía automática, mecánicamente, por la única razón que esté sentenciada por la historia. Sobre el áspero campo de la batalla política vemos, a un lado, la burguesía con todo su poder y facilidades, y al otro, la clase obrera con sus fracciones, sus sentimientos, sus, niveles de progreso distintos, y con su partido comunista que lucha con otros partidos y organizadores para lograr la influencia sobre las masas trabajadoras. El partido comunista, que cada día crece más, y mejor, se sitúa a la cabeza de la clase obrera europea, debe maniobrar en la lucha avanzando y retrocediendo, reafirmando su influencia y conquistando nuevas posiciones, hasta que se ofrezca el momento favorable para derrotar a la burguesía. Lo repito: este es un complejo problema de estrategia, como ya dije ampliamente en el congreso anterior. Podemos decir que el Tercer Congreso de la Internacional Comunista fue una alta escuela de estrategia revolucionaria.

     El Primer Congreso se celebró después de la guerra, apenas nacido el comunismo como movimiento europeo, cuando se esperaba (con fundamento) que un asalto casi elemental de la clase obrera podría derribar a la burguesía, la cual no había tenido tiempo todavía de encontrar una orientación nueva, ni nuevos puntos de apoyo. Tales pensamientos y esperanzas estaban justificados, en gran parte, por el estado de cosas de entonces, objetivamente juzgadas. La burguesía estaba espantada por los resultados de su propia política de guerra. Ya he hablado en mi informe sobre la situación mundial de todo ello, y no creo necesario repetirlo ahora. De todos modos, es indudable que en la época del Primer Congreso (1919) todos esperábamos, los unos más, los otros menos, que un sencillo asalto de las masas trabajadoras y campesinas derribase a la burguesía en un futuro próximo. Y, en efecto, el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó este primer asalto y gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.

     El Segundo Congreso, en 1920, se verificó en un momento crítico: cuando se notaba que la burguesía no se abatiría por medio de un solo ataque de varias semanas, ni en un mes, ni en dos ni en tres; cuando se necesitaba una preparación política y una organización de las más serias. Y al mismo tiempo, la situación era muy difícil. Como recordarán, el Ejército Rojo se aproximaba a Varsovia y podía contarse con que, vista la situación revolucionaria en Alemania, Italia y alrededores, el impulso militar, que si no podía tener significación por sí mismo constituía una fuerza suplementaria, introducido en la lucha de las fuerzas europeas, soltaría la avalancha de la revolución, momentáneamente contenida. Esto no ocurrió.

   Después del Segundo Congreso de la Internacional Comunista apareció más claramente la necesidad de aplicar una estrategia revolucionaria más compleja. Vemos a las masas de trabajadores, que después de la guerra han adquirido experiencia más sólida, enderezarse ellas mismas en esa dirección, y a consecuencia de tal orientación, vemos a los partidos comunistas crecer por todas partes. Durante el primer período millones de obreros se lanzaron en Alemania al asalto de la vieja sociedad sin prestar atención apenas a los grupos espartaquistas. ¿Qué significaba aquello? Después de la guerra, a las masas obreras les parecía que para obtener reivindicaciones bastaba ejercer presión, atacar para que mucho, si no todo, cambiara. He ahí por qué millones de obreros creían que era inútil gastar energía para fundar y organizar un partido comunista. No obstante, en el curso del año 1920, los partidos comunistas en Alemania y Francia, los dos países más importantes del continente europeo, se han transformado de pequeños núcleos que eran en organizaciones que agrupan a centenares de millares de obreros: casi 400.000 en Alemania y de 120 a 130 mil en Francia, lo que, en las condiciones francesas, constituye una cifra muy elevada. Tal circunstancia nos prueba hasta qué punto habían sentido las masas obreras en este período que era imposible vencer sin tener una organización particular, en el seno de la cual analizase la clase obrera su experiencia y sacara conclusiones; en una palabra, sin la dirección de un partido centralizado. En esto consiste la importancia de los resultados adquiridos en el último período: la fundación de los partidos comunistas de masa, a las que es preciso añadir a Checoslovaquia, que cuenta con 350.000 miembros. (Después de la fusión con la organización comunista de la minoría alemana, el partido checoslovaco contará con 400.000, ¡para una población de doce millones!).

     Sería erróneo suponer que estos jóvenes partidos comunistas, apenas fundados tengan ya el arte de la estrategia revolucionaria. No. La experiencia táctica del último año lo demuestra bien claro. Y el Tercer Congreso se encuentra frente a este problema.

     Este último congreso, hablando en términos generales, debió pronunciarse sobre dos problemas. El primero consistía, y consiste todavía, en desembarazar a la clase obrera, incluyendo a nuestras propias filas comunistas, de los elementos que no quieren la lucha, que tienen miedo y que ocultan, bajo ciertas teorías generales, su deseo de no combatir y su tendencia íntima al acuerdo con la sociedad burguesa. La depuración del movimiento obrero en su conjunto, y con más razón en los elementos comunistas, la expulsión de las tendencias reformistas, centristas y mediocentristas, tienen doble carácter: cuando se trata de los centristas conscientes, de los colaboracionistas y de los mediocolaboracionistas acabados es necesario echarlos sencillamente de las filas del partido comunista y del movimiento obrero; cuando, sin embargo, tengamos noticia de las tendencias mediocentristas mal definidas, debemos ejercer una influencia rectora e influyente para empujar a los elementos indecisos a la lucha revolucionaria. Así pues, la primera tarea de la Internacional Comunista consiste en desembarazar al partido de la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que, por lo mismo, paralizan la lucha del proletariado.

     Pero todavía hay una tarea más importante: aprender el arte de luchar, arte que no cae sobre la clase obrera o sobre el partido comunista como un don de los cielos. No puede aprenderse el arte de la táctica y de la estrategia, el arte de la lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica o la autocrítica. Dijimos en el Tercer Congreso a los jóvenes comunistas: «Camaradas, no queremos solamente una lucha heroica sino, ante todo, la victoria». Durante los últimos años hemos asistido a numerosos combates heroicos en Europa, en Alemania sobre todo. En Italia vimos una gran lucha revolucionaria, una guerra civil con sus inevitables víctimas. Verdad es que todo combate no conduce a la victoria. Los fracasos son inevitables. Pero no es preciso que tales fracasos sean la consecuencia de las faltas cometidas por el partido. No obstante, hemos visto más de una forma y más de un medio de combate que no llevan a la victoria ni llevarán nunca, y que están dictados a menudo más por la impaciencia revolucionaria que por la idea política. Por tales hechos, que determinaron la lucha de ideas que tuvo lugar en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, debo explicarme, camaradas. Semejante lucha no ha tenido caracteres de rigor ni de «lucha de fracción». Por el contrario, hemos respirado una atmósfera muy cordial y seria en el congreso, y nuestra lucha de ideas lo era enteramente de principios, y al mismo tiempo tenía el aspecto de un cambio de opiniones objetivo.

      Nuestro congreso fue un gran soviet político y revolucionario de la clase obrera, y en este soviet nosotros, representantes de distintos países, basándonos en la experiencia adquirida por esos países, hemos verificado y confirmado de manera práctica nuestras tesis sobre la necesidad de desembarazar a la clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que son incapaces de nada; por otra parte, expusimos en toda su amplitud y agudeza el siguiente problema: la lucha revolucionaria por el poder tiene sus leyes, sus medios, su táctica y su estrategia; quien ignora este arte jamás conocerá la victoria.
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