APUNTES TEORIA: RESPETO, CORTESIA Y USO CULTO DEL LENGUAJE

NOTA EDITOR

       Fragmentos sobre ‘Problemas de la vida cotidiana’, de León Trotsky, en donde aborda dos aspectos importantes: el comportamiento basado en el respeto, la cortesía y el buen trato hacia los demás; al igual que la importancia del uso del lenguaje.

        La citada obra reúne distintas observaciones sobre la actividad en la base del Partido en un Distrito de Moscú, en 1923. No es algo casual que la teoría marxista, de la que Trotsky fue su máximo exponente tras la muerte de su compañero de lucha, V.I. Lenin, se ocupara en sus escritos de muy diversos temas: de la economía, de la política y la lucha de clases,… y también como no podía ser de otra forma del arte, la cultura, literatura, musica… incluido la necesidad de hacer un buen uso del lenguaje.

        Trotsky mejor que nadie comprendió la importancia de mantener la teoría marxista frente a las condiciones hostiles que le toco vivir. Tras la toma del poder por parte de los trabajadores rusos, no solo tuvieron que poner fin a la carnicería capitalista que significaba la I guerra mundial, sino que casi al mismo tiempo tuvo el encargo de construir el Ejercito Rojo para hacer frente a la guerra civil desatada por la contrarrevolución burguesa, ‘los blancos’, que contaron con el apoyo de 21 ejércitos de países extranjeros interviniendo en suelo ruso. En esas condiciones hostiles se fue fraguando, al calor del fracaso de la revolución en Europa, la contrarrevolución burocrática que encabezo José Stalin tras la muerte de Lenin. Esta fue la ultima gran batalla, la lucha contra la degeneración burocrática del primer Estado obrero, que libro Trotsky, quien finalmente fue asesinado en su exilio mexicano por un agente stalinista, Ramón Mercader.

Salvador PEREZ

 

 

León Trotsky 

‘Problemas de la vida cotidiana’ 

 

VIII  -  EL RESPETO Y LA CORTESIA COMO CONDICIONES

NECESARIAS PARA UNAS RELACIONES ARMONIOSAS

        Durante las muchas discusiones sobre el funcionamiento de nuestro Estado, el camarada Kiselev, presidente del Sovnarkom, pone en primer lugar, o al menos vuelve a traer a colación, un aspecto del problema que es de gran importancia. ¿En qué sentido la maquinaria del Estado entra en contacto directo con el pueblo? ¿Cómo se conduce con él? ¿Cómo trata al demandante, a la persona que ha sufrido una injusticia, al viejo “peticionante”? ¿Cómo atiende al individuo? ¿Cómo se dirige a él, si es que en realidad se dirige?... Esto también constituye un factor importante del “modo de vida”.

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        En este tema, sin embargo, debemos separar dos aspectos: forma y sustancia.

        En todos los países democráticos civilizados la burocracia “sirve”, por supuesto, al pueblo. Esto no impide, sin embargo, que se eleve por encima de éste como si se tratara de una compacta casta profesional. Actualmente, ya sea en Francia, Suiza o EEUU, sólo es útil a los magnates capitalistas; más aún, se comporta servilmente con ellos, mientras que trata arrogantemente a los trabajadores y campesinos. Pero en las “democracias” civilizadas este hecho está revestido de ciertas formas de educación y cortesía, en mayor o menor grado según los diferentes países.

       Cada vez que lo consideran necesario (y eso sucede con gran frecuencia), el puño de la policía resquebraja sin dificultad esa pantalla de educación. Los huelguistas son apaleados en las comisarías de policía de París, Nueva York y el resto de las grandes ciudades del mundo. Como quiera que sea, la educación “democrática” es, en lo esencial, un producto y herencia de las revoluciones burguesas. La explotación del hombre por el hombre conserva su vigencia, ahora menos “brutal” y adornada con el pretexto de la igualdad y la urbanidad de las costumbres. En tanto nuestra máquina burocrática soviética contiene, junto con los gérmenes de las nuevas relaciones humanas, tradiciones provenientes de distintas épocas, constituye una realidad única y compleja. Entre nosotros, como regla general la cortesía no existe. En cambio, es fácil observar gran cantidad de esa grosería heredada del pasado. Pero ella no es nada homogénea. Se trata de la simple grosería de origen campesino que, por cierto, no es plausible pero tampoco degradante.

        Sólo se vuelve insoportable y objetivamente reaccionaria cuando nuestros jóvenes novelistas la exaltan como si se tratara de una excelente adquisición “artística”. Los elementos más adelantados de los trabajadores miran esa falsa sencillez con una hostilidad instintiva, porque precisamente en el lenguaje o el comportamiento vulgar perciben las huellas de la vieja esclavitud, mientras que ellos con su disciplina interna aspiran a adquirir un lenguaje culto. Pero esto sea dicho de paso.

       Al lado de este tipo de grosería apacible, la habitual grosería pasiva del campesino, tenemos otra de tipo especial: la grosería “revolucionaria”, la torpeza de los líderes, debido a la impaciencia, a un deseo por demás exacerbado por mejorar las cosas, a la irritación que en ellos suscita nuestra oblomovería[1] ante todas las pruebas de un esfuerzo vigoroso. Por supuesto, considerada en sí misma, esta torpeza tampoco es muy atractiva y en general evitamos caer en ella; pero finalmente se sustenta en la misma fuente de la moral revolucionaria, la cual en más de una ocasión durante los últimos años ha sido capaz de mover montañas.

        En este caso, no es la sustancia, que en general es creadora, progresista y bien intencionada, lo que debe transformarse sino más bien las formas distorsionadas.

        Y todavía tenemos —y he aquí la gran piedra del escándalo — la torpeza de la vieja aristocracia que arrastra consigo las formas características del feudalismo. Este tipo de torpeza es viciosa y vil en todos sus aspectos. Entre nosotros aún no se ha erradicado por completo, y lograrlo no es nada fácil. En los distritos de Moscú, especialmente en los más importantes, esta brutalidad aristocrática no se manifiesta de un modo agresivo, gritando, por ejemplo, o sacudiéndole un puñetazo en la nariz a algún peticionante; es mucho más corriente que lo haga a través de una despiadada formalidad. Por supuesto, esta última no es la única causa de la “burocracia”, un motivo de gran peso es la total indiferencia por la vida del ser humano y su empeñoso esfuerzo por la subsistencia. Si pudiéramos realizar una apreciación sensible de los modos, réplicas, explicaciones, ordenanzas y decretos de todas las células del organismo burocrático, aún cuando se trate tan sólo de un día ordinario de Moscú, el resultado sería una total confusión. En cuanto a la provincia, es todavía peor, especialmente a lo largo de la frontera donde linda la ciudad con el campo, la frontera que es la parte más vital de todas.

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        El burocratismo es un fenómeno muy complejo, y de ningún modo homogéneo; se trata, por el contrario, de un conglomerado de fenómenos y procesos de distintos orígenes históricos. Los principios que sustentan y nutren el burocratismo son también sumamente diversos. El más importante es el nivel de nuestra cultura; el atraso y el analfabetismo de una vasta proporción del pueblo. La confusión general resultante de una maquinaria estatal en constante proceso de reconstrucción, inevitable en un período de revolución, es en sí misma la causa de la mayor parte de las fricciones superfluas que desempeñan un papel importante en la conformación de la “burocracia”. La causa de lo más repulsivo de sus formas es la heterogeneidad de clases de la máquina soviética; la confusa mezcla de tradiciones aristocráticas, burguesas y soviéticas.

        Por lo tanto la lucha contra el burocratismo no puede dejar de tener un carácter diversificado. En su base se halla la lucha contra el bajo nivel de cultura e higiene, contra el analfabetismo y la miseria. El mejoramiento técnico de la maquinaria, la reducción del número de funcionarios, la introducción de una mayor organización, minuciosidad y exactitud en el trabajo y otras medidas de naturaleza semejante, no agotan por supuesto el problema histórico, pero ayudan a debilitar los aspectos más negativos de la “burocracia”. Se le ha dado gran importancia a la formación de un nuevo tipo de burócrata soviético: los nuevos especialistas. Pero tampoco en esto debemos engañarnos.

       Son enormes las dificultades que se presentan para que, en un período de transición y por intermedio de preceptores heredados del pasado, decenas de miles de trabajadores sean formados conforme a los nuevos cánones; espíritu de colaboración, sencillez y humanidad. Son enormes, pero no insuperables.

        No puede lograrse inmediatamente, sino de modo gradual, por la aparición de una “edición” más y más mejorada de la juventud soviética.

        Todas estas medidas, que se contemplan a mayor o menor plazo, no excluyen sin embargo, en ningún caso, una lucha inmediata, cotidiana, implacable contra esa insolencia burocrática, contra ese desdén administrativo hacia el individuo y su problema, contra ese nihilismo de oficinista que puede ocultar una indiferencia hacia todo, o bien una cobardía importante para reconocer su incapacidad, o un deseo de sabotaje consciente o, incluso, el odio orgánico de una clase degradada hacia aquellos que la han degradado. Aquí se encuentra uno de los puntos fundamentales de la palanca revolucionaria.

        Es preciso que el hombre simple, el humilde trabajador, deje de temer a las instituciones administrativas a las que acude en petición de ayuda. Es preciso que se le acoja mostrándole mayor atención cuanto más indefenso sea, es decir, más oscuro, más ignorante. Y en el fondo debe llevarse a cabo un intento real por ayudarle, no por desembarazarse cuanto antes de él. Para ello, y aparte de las otras medidas, la opinión pública debe estar constantemente informada del problema, tomar parte en el asunto con la mayor intensidad posible y, en particular, es preciso que este problema interese a todos los elementos realmente soviéticos, revolucionarios, comunistas y a todos aquellos que, simplemente, sean conscientes del aparato del Estado en sí; afortunadamente, estos elementos son muy numerosos: sobre ellos reposa el aparato del Estado, y gracias a ellos progresa.

       La prensa puede cumplir un papel decisivo al respecto.

        Desafortunadamente, nuestros periódicos, en general, proporcionan muy poco material informativo con respecto a la vida cotidiana. Si a veces se brinda tal información, lo más frecuente es que se haga a través de artículos estereotipados, tales como:

        “Existe una fábrica tal y tal. En la fábrica hay un comité y un director. El comité de la fábrica hace tal y tal cosa, el director dirige”. Mientras en ese mismo momento nuestra vida real está llena de color y es rica en episodios instructivos, particularmente a lo largo de la línea donde la maquinaria estatal entra en contacto con la masa del pueblo. No tenéis más que arremangaros...

         Por supuesto, una tarea de iluminación e instrucción de este tipo debe cuidarse mucho de la intriga, debe despojarse de la hipocresía y de toda forma de demagogia. Pero dicha tarea, correctamente desarrollada, es necesaria y vital, y me parece que los responsables de los periódicos deben encarar el modo de realizarla. Para ello nos son necesarios periodistas que sumen el ingenio del reportero norteamericano a la honestidad soviética. Ese elemento existe, y el camarada Sovnovski nos ayudará a movilizarlo. Y en su mandato (sin temer por ello parecerse a Kuzma Prutkov) es preciso inscribir: ¡id hasta el fondo de las cosas!

        Un “programa calendario” ejemplar tendrá por fin detectar, en el curso de los próximos seis meses, a un centenar de servidores civiles que hayan demostrado un profundo menosprecio de sus deberes para con las masas trabajadoras, y públicamente, quizá a través de un juicio, arrojarlos de la máquina del Estado, de modo que nunca puedan volver a instalarse en ella.

        Será un buen comienzo. No debe esperarse que como resultado de ello ocurran milagros. Pero un pequeño cambio de lo viejo a lo nuevo constituye un útil paso adelante: de mucho más valor que el más grande de los discursos.

 

IX  -  LA LUCHA POR UN LENGUAJE CULTO

      En uno de nuestros periódicos he leído recientemente que en una asamblea general de trabajadores en la fábrica de calzados “La Comuna de París”, se aprobó una resolución que ordenaba abstenerse de blasfemar e imponía multas a quien hiciese uso de expresiones injuriosas.

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        Este es un pequeño incidente en medio de la gran confusión de la hora presente. Un pequeño incidente de gran peso. Su importancia, con todo, depende de la respuesta que encuentre en la clase trabajadora la iniciativa de la fábrica de calzado.
El lenguaje insultante y los juramentos constituyen un legado de la esclavitud, de la humillación y falta de respeto por la dignidad humana, tanto la propia como la de los demás. Esto es exactamente lo que ocurre en Rusia respecto de las blasfemias. Me gustaría que nuestros filólogos, lingüistas y especialistas en folklore me dijeran si conocen en cualquier otro idioma términos tan disolutos, vulgares y bajos como los que tenemos en ruso. Hasta donde yo sé, nada o casi nada parecido existe fuera de nuestro país. El lenguaje blasfemo en nuestras clases socialmente inferiores era el resultado de la desesperación, la amargura y, sobre todo, de la esclavitud sin esperanza ni evasión. El de nuestras clases altas, el lenguaje que salía de las gargantas de la aristocracia y de los funcionarios, era el resultado del régimen clasista, del orgullo de los propietarios de esclavos y del poder inconmovible. Se supone que los proverbios contienen la sabiduría de las masas; los proverbios rusos, además, revelan su ignorancia y su tendencia a la superstición, así como su condición de esclavitud. “El abuso no golpea hasta el cuello”, dice un proverbio ruso, demostrando que no sólo se acepta la esclavitud como un hecho, sino que se está obligando a sufrir la humillación que implica. Dos corrientes de procacidad rusa -el lenguaje blasfemo de los amos, los funcionarios y los policías, grueso y rotundo, y el lenguaje blasfemo, hambriento, desesperado y atormentado de las masas- han teñido toda la vida rusa con matices despreciables. Tal fue el legado que, entre otros, recibió la revolución del pasado.

       La revolución, sin embargo, es primordialmente el despertar de la personalidad humana en el seno de las masas, en esas masas que supuestamente no poseían ninguna personalidad. Pese a la crueldad ocasional y a la sanguinaria inexorabilidad de sus métodos, la revolución se caracteriza inicialmente y sobre todo por un creciente respeto a la dignidad del individuo v por un interés cada vez mayor por los débiles. Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer -doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual. Una revolución no es digna de llamarse tal si no prodiga el mayor cuidado posible a los niños, la futura generación para cuyo beneficio se llevó a cabo la revolución. Pero ¿cómo puede crearse una nueva vida basada en la consideración mutua, en el respeto a sí mismo, en la verdadera igualdad de las mujeres (que deben ser estimadas en el mismo grado que los hombres trabajadores), en el cuidado eficiente de los niños, en medio de una atmósfera envenenada por el rugiente, fragoroso y resonante lenguaje blasfemo de los amos y los esclavos, ese lenguaje que no perdona a nadie v que no se detiene ante nada? La lucha contra el “lenguaje procaz” es un requisito esencial de la higiene mental, de la misma manera que la lucha contra la suciedad y las alimañas es un requisito de la higiene física.

     Terminar radicalmente con el lenguaje injurioso no es cosa fácil si se tiene en cuenta que el desenfreno en el lenguaje tiene raíces psicológicas y es una consecuencia del escaso grado de cultura de los suburbios. Por ello damos la bienvenida a la iniciativa de la fábrica de calzado y sobre todo deseamos mucha perseverancia a los promotores de los nuevos movimientos. Los hábitos psicológicos, que se transmiten de generación en generación y saturan todo el clima de la vida, son sumamente tenaces. Por otra parte, ¿con cuánta frecuencia nos lanzamos en Rusia impetuosamente hacia adelante, agotamos nuestras fuerzas y después dejamos que las cosas sigan a la deriva como antaño?

        Confiemos en que las mujeres trabajadoras -y en primer lugar las que pertenecen a las filas comunistas- apoyen la iniciativa de la fábrica “La Comuna de París”. Por regla general -que por supuesto admite sus excepciones- los hombres que comúnmente emplean un lenguaje desenfrenado, desprecian a las mujeres y les prestan poca atención. Esto no se aplica tan sólo a las masas incultas, sino también a los elementos avanzados y aun a los llamados “responsables” del actual orden social. No puede negarse que las viejas formas prerrevolucionarias de lenguaje procaz siguen todavía en uso, seis años después de Octubre, y que incluso están de moda en las “altas esferas”. Cuando se encuentran fuera de la ciudad, especialmente fuera, de Moscú, nuestros mandatarios consideran en cierto sentido como un deber el uso de expresiones fuertes. Evidentemente ven en ello un método de entrar en contacto más profundamente con el campesinado.

      Tanto en el aspecto económico como en todos los demás aspectos, nuestra vida en Rusia ofrece los contrastes más notables. En un sector muy estratégico del país, cerca de Moscú, hay miles de pantanos y caminos intransitables y próxima a los mismos surge de pronto una fábrica que por su equipo técnico podría muy bien sorprender a cualquier ingeniero europeo o americano. Contrastes similares abundan en nuestra vida nacional. Junto a algunos gobernantes rapaces del viejo estilo, que atravesaron el período de revolución y expropiación comprometidos en la estafa y en el enmascaramiento y legalización de la especulación, y que conservan intactas entre tanto toda su vulgaridad y rapacidad suburbana, junto a ellos, podemos observar el mejor estilo comunista proveniente de la clase trabajadora, en quienes día a día consagran sus vidas a servir a los intereses del proletariado internacional, y están listos, si se presenta la oportunidad, para luchar por la causa revolucionaria en cualquier país, incluidos aquellos que no sabrían ubicar en el mapa. Además de tales contrastes sociales -una torpe bestialidad y el más alto idealismo revolucionario-, presenciamos a menudo contrastes psicológicos de la misma tendencia. Un hombre es un comunista ortodoxo devoto a la causa, pero las mujeres son para él tan sólo “hembras” que en ningún sentido son tomadas en serio. 0 a veces ocurre que el muy respetado comunista cuando discute cuestiones nacionales comienza a exponer inesperadamente ideas reaccionarias. Con respecto a esto debemos recordar que los distintos aspectos de la conciencia humana no se transforman y desarrollan simultáneamente por rumbos paralelos. Existe una cierta economía en el proceso. “La psicología humana es por naturaleza muy conservadora y el cambio debido a las demandas e impulsos de la vida afecta en primer lugar a los aspectos de la mente que le conciernen en forma directa. En Rusia, el desarrollo social y político de las últimas décadas tuvo lugar de un modo un tanto inusual, con sorprendentes saltos y sobresaltos, y esto tiene que ver con nuestra desorganización y confusión presente, que no concierne sólo a lo político y económico. El mismo proceso irregular en el desarrollo mental de mucha gente dio por resultado una mezcla muy curiosa de avanzados puntos de vista políticos, cuidadosamente elaborados con tendencias, hábitos y, en algunos casos, ideas que son un directo legado de las ancestrales leyes domésticas. Para obviar tales efectos, debemos poner en orden la faz intelectual, debemos examinar a través de métodos marxistas todo el complejo mental del hombre, y en esto ha de consistir el esquema general de educación y autoeducación del Partido comenzando por sus dirigentes.” Pero aquí también el problema es bastante complicado y no puede ser resuelto tan sólo por la instrucción escolar y los libros; las raíces de la desorganización y confusión están en las condiciones en que se vive. La psicología en última instancia está determinada por la vida. Pero dicha dependencia no es puramente automática y mecánica; se trata más bien de una activa y recíproca determinación. Por tanto, el problema debe ser encarado de diferentes modos: el de los trabajadores de la fábrica “La Comuna de París” es uno de tantos. Les deseamos a todos ellos el mayor de los éxitos.

    P. S.- La lucha contra la vulgaridad del lenguaje es también parte de la lucha por la pureza, claridad y belleza de la lengua rusa.

     Los necios reaccionarios sostienen que la revolución, sin haber llegado a destruirla del todo, está en camino de estropear la lengua rusa. De hecho, existe actualmente una enorme cantidad de términos en uso que han surgido por casualidad, muchos de ellos expresiones groseras y del todo innecesarias; otros, contrarios al espíritu de nuestra lengua. Y, sin embargo, estos tontos reaccionarios están tan equivocados acerca del futuro de la lengua rusa como acerca de todo el resto. En efecto, a pesar y más allá del desorden revolucionario, nuestro lenguaje se irá rejuveneciendo y fortaleciendo con una mayor flexibilidad y delicadeza. El lenguaje obviamente osificado, burocrático y liberal de nuestra prensa prerrevolucionaria se halla ya considerablemente enriquecido por nuevas formas descriptivas, por nuevas expresiones mucho más precisas y dinámicas. Pero a través de estos tumultuosos años nuestro idioma, por cierto, se ha ido obstruyendo cada vez más, y parte de nuestro progreso cultural se ha manifestado, entre otras cosas, en el hecho de haber desechado todos los términos y expresiones innecesarios, así como aquellos que no concuerdan con el espíritu de nuestra lengua, mientras por otra parte se han reservado las valiosas e incuestionables adquisiciones lingüísticas del período revolucionario.

images(4)     El lenguaje es el instrumento del pensamiento. La corrección y precisión del lenguaje es condición indispensable de un pensamiento recto y preciso. El poder político ha pasado, por primera vez en nuestra historia, a manos de los trabajadores. La clase trabajadora dispone de un gran cúmulo de trabajo y experiencia vital y un idioma basado en dicha experiencia. Pero nuestro proletariado no ha recibido la suficiente instrucción preparatoria acerca de los rudimentos de lectura y escritura, para no hablar de su formación literaria. Y he aquí el motivo por el que la clase trabajadora ahora gobernante, que en sí misma y por su naturaleza social es una poderosa guardiana de la integridad y grandeza de la lengua rusa del futuro, no se levanta hoy, sin embargo, con toda la energía necesaria para luchar contra la intrusión de expresiones y términos viciosos, inútiles y a menudo desagradables. Cuando la gente dice: “Un par de semanas”, “Un par de meses” (en lugar de varias semanas, varios meses), resulta estúpido y feo. En lugar de enriquecer el lenguaje, lo empobrece: la palabra “par” pierde en el proceso su significado real (el que tiene en la expresión “un par de botas”).

        Las expresiones y los términos erróneos han entrado en uso a raíz de la intrusión de palabras extranjeras mal pronunciadas. Los oradores proletarios, aun aquellos que debieran saber hablar mejor, dicen, por ejemplo, “incindente” en lugar de “incidente”, o dicen “instito” en lugar de “instinto”, o “regularmente” en lugar de “regularmente”. Tales pronunciaciones erróneas tampoco eran infrecuentes antes de la revolución. Pero ahora parecen adquirir cierto derecho de ciudadanía. Nadie corrige estas expresiones defectuosas por una especie de falso orgullo. Eso es un error. La lucha por una mayor educación y cultura proveerá a los elementos avanzados de la clase trabajadora todos los recursos de la lengua rusa en su mayor grado de riqueza, sutileza y refinamiento. Para preservar la grandeza del lenguaje, todos los términos y expresiones defectuosos deben ser desechados del habla cotidiana. El lenguaje también tiene necesidad de una higiene. Y no en menor grado, sino mucho más que las otras, la clase trabajadora necesita un lenguaje sano, ya que, por primera vez en la historia, comienza a pensar independientemente sobre la Naturaleza, sobre la vida y sus fundamentos; y el instrumento indispensable de todo pensamiento correcto es la claridad y agudeza del lenguaje.

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