¿COMO LLEGA LA REVOLUCION? - Teoría Marxista

Lecciones de los Años 30 en Francia
 
“CRISIS, REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION”

        
      El futuro esta íntimamente ligado al presente, al cual llegamos por los acontecimientos del pasado. Así, dialécticamente, pasado, presente y futuro están unidos entre si, como el nacimiento está unido al desarrollo y muerte de cualquier cosa sobre la tierra. Quienes deseamos tener una visión correcta sobre el presente, intentando elaborar unas perspectivas probables sobre el futuro, inevitablemente estamos obligados a realizar una valoración en profundidad sobre los acontecimientos del pasado.
      
    Bien es cierto, como los marxistas siempre hemos explicado, que los acontecimientos históricos suelen repetirse, pero que estas repeticiones nunca son al mismo nivel, idénticas. Si ello fuera así cualquier ‘rata de biblioteca’ seria un experto teórico.  Estas ‘repeticiones de la historia’ siempre son a un nivel superior. Marx citaba a Hegel, en su idea de que ‘la historia siempre se repite’, a lo cual Marx añadía, ‘si, pero unas veces como farsa y otras como tragedia’.
        
         En un contexto europeo donde los nazis y los fascistas habían llegado al poder en Alemania e Italia, respectivamente, la Ligas fascistas francesas se levantaron contra el Parlamento en 1934, en el claro intento de instaurar un régimen fascista en Francia.  Fue a todas luces un movimiento de reacción, auspiciado por la clase dominante francesa que sentía verdadero pánico a las tradiciones revolucionarias del proletariado francés. Sin embargo, ‘el látigo de la reacción’ estimuló el movimiento de la revolución. Las masas trabajadoras francesas, en un movimiento revolucionario que tuvo su punto culminante en la Huelga General de mayo-junio de 1936, se lanzaron a la lucha contra el fascismo y contra un Sistema que las condenaba cada vez más a situaciones catastróficas.  Los trabajadores franceses tuvieron la oportunidad de TOMAR EL PODER EN SUS MANOS y haber asestado un demoledor golpe definitivo al fascismo en Francia, Alemania, Italia y España.
          
       Una vez más en la historia, el factor determinante fue la debilidad del factor subjetivo, o para ser más exactos, el papel totalmente nefasto, reaccionario en el fondo, de las direcciones ‘oficiales’ del movimiento obrero, de los sindicatos, de los socialdemócratas y más concretamente de la errática política de los dirigentes estalinistas del Partido Comunista Francés.
      
         Siguiendo las instrucciones de la burocracia de Moscú, aplicó una equivocada política de ‘unidad’ con la burguesía ‘progresista’, en los llamados ‘Frentes Populares’ del estalinismo en la época, en vez de una clara y acertada política de Frente Único con el resto de organizaciones de los trabajadores, en contra de la reacción, lo cual en las bases de las demás organizaciones, en el conjunto del Movimiento Obrero, le hubiera permitido ganar la autoridad necesaria para dirigir la toma del poder de los trabajadores.
         
      El genial teórico marxista ruso Leon Trotsky realizo de los acontecimientos un especial examen, al objeto de rearmar teóricamente a los jóvenes cuadros de la Oposición de Izquierdas Internacional, la IV Internacional, en su preparación política para convertirse en un factor importante en los acontecimientos y garantizar asi el triunfo de la revolución social.
¿A donde va Francia
         
       Su obra ¿Adónde va Francia?, y otros textos relacionados, con este período constituyen un análisis marxista de estos acontecimientos de una riqueza y claridad excepcionales. Fueron muchas las oportunidades para asestar un golpe devastador al fascismo en Europa, y también fuero muchas las oportunidades que se perdieron para ello, con todas las trágicas consecuencias que vimos para los trabajadores europeos y del mundo. Los dirigentes socialistas y comunistas de la época, fueron los auténticos grandes responsables de todo ello.
        
    Una vez más quedaba patente que las condiciones objetivas pueden más que todos los deseos, objetivos o subjetivos de los individuos. La Depresión económica mundial, anunciada por el colapso y desplome de la Bolsa de Wall Street (Octubre de 1929), se propagó como un rio de lava ardiente por la casi totalidad de los países europeos.
         
    Francia, en un primer momento parecía que se había salvado de la crisis, al menos de sus primeras fases de la recesión mundial, pero finalmente no pudo evitar caer de lleno en ella. Así, de pronto, entre los años 1931 y 1932, la producción industrial cayó un 22%, quedando estancada así hasta la primera parte de la década de los años 40.
        
      La crisis industrial afectó, como no podía ser de otra forma, al conjunto de la clase obrera francesa. Los parados pasaron a ser un verdadero ejército, de 350.000 en 1932 hasta los 826.000 en el año 36. Las masas francesas vieron de pronto hundirse todo su poder adquisitivo y la miseria se extendía como océanos por las ciudades y el campo de francés.
       
      Los trabajadores reclamaban garantías de salario mínimo, la semana de 40 horas semanales (en lugar de las 48), aumento de las horas extraordinarias y vacaciones pagadas. Noche y día, ocupaban sus centros de trabajo, creaban piquetes, comités que velaban por la aplicación de las decisiones colectivas y la protección de la herramienta de trabajo contra los actos de sabotaje de la burguesía.
         
    Claramente se había abierto una situación revolucionaria en Francia, como demuestra el hecho por ejemplo del nivel de participación en las movilizaciones obreras. La manifestación en conmemoración de la Comuna de París, el número de manifestantes normalmente nunca sobrepasaba unos cuantos centenares, sin embargo el 24 de mayo de 1936 la cifra fue de 600.000. Militares procedentes del Cuartel de Versalles llevaban una pancarta que decía: “La soldadesca versallesca de 1871 asesinó la Comuna. Los soldados versallescos de 1936 la vengarán”.
         
     Desde aquí animamos a todos a profundizar en los acontecimientos, partiendo de la idea central de que ‘quien no aprende de la historia está condenado a repetir los viejos errores del pasado’. El libro de León Trotsky, ¿A dónde va Francia? es un valioso caudal teórico sobre aquellos acontecimientos históricos. Como una pequeña contribución, en este Blog publicamos uno de sus apartados: ¿Cómo se llega a una situación revolucionaria?.   Es nuestro propósito animar a todos nuestr0s lectores a leer el libro citado.
Fdo. Salvador PEREZ
 


“ ¿CÓMO SE LLEGA A UNA SITUACIÓN REVOLUCIONARIA?
 
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LA PREMISA ECONÓMICA DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA
          
   La primera y más importante premisa de una situación revolucionaria es la exacerbación intolerable de las contradicciones entre las fuerzas productivas y las formas de propiedad. La nación deja de avanzar. El freno del desarrollo de la potencia económica y, aún más, su regresión significan que el sistema capitalista de producción se ha desgastado por completo y que debe ceder su lugar al sistema socialista.
         
     La crisis actual, que abarca a todos los países y retrasa la economía en decenas de años, ha empujado definitivamente el sistema burgués hasta el absurdo. Si en los principios del capitalismo, obreros hambrientos e ignorantes destruyeron las máquinas, ahora quienes destruyen las máquinas son los propios capitalistas. El mantenimiento, en adelante, de la propiedad privada de los medios de producción amenaza a la humanidad con la barbarie y la degeneración.
          
     La base de la sociedad es su economía. Esta base está madura para el socialismo en un doble sentido: la técnica moderna ha alcanzado un nivel tal que podría asegurar un elevado bienestar al pueblo y a toda la humanidad, pero la propiedad capitalista, que se sobrevive, condena a los pueblos a una pobreza y sufrimientos cada vez mayores.
        
     La premisa fundamental, económica, del socialismo, existe desde hace mucho tiempo. Pero el capitalismo no desaparecerá de la escena por sí mismo. Sólo la clase obrera puede arrancar las fuerzas productivas de manos de los explotadores que las estrangulan. La historia nos plantea esta tarea en forma aguda. Si el proletariado se encuentra, por tal o cual razón, incapaz de derrocar a la burguesía y tomar el poder; si está, por ejemplo, paralizado por sus propios partidos y sindicatos, continuará el declive de la economía y de la civilización, se acrecentarán las calamidades, la desesperación y la postración se apoderarán de las masas y el capitalismo —decrépito, putrefacto, agusanado— estrangulará a los pueblos cada vez con más fuerza, arrastrándolos al abismo de nuevas guerras. No hay salvación fuera de la revolución socialista.
 
¿ES ÉSTA LA ÚLTIMA CRISIS DEL CAPITALISMO?
        
       El presidium de la Internacional Comunista inicialmente intentó explicar que la crisis, que comenzó en 1929, era la última crisis del capitalismo. Dos años más tarde, Stalin declaró que la crisis actual no es todavía, “verosímilmente”, la última. También en el campo socialista encontramos el mismo intento de hacer profecías: ¿la última crisis o no?
FRENTE POLULAR FRANCES
        
        “Es imprudente afirmar —escribe Blum en Le Populaire el 23 de febrero—que la crisis actual es como un espasmo supremo del capitalismo, el último sobresalto antes de la agonía y la descomposición”.  Este mismo punto de vista tiene Grumbach, quien dijo el 26 de febrero en Mulhouse: “Algunos afirman que esta crisis es pasajera; otros ven en ella la crisis final del sistema capitalista. Aún no nos atrevemos a pronunciarnos definitivamente”.
       
       En esta forma de plantear la cuestión hay dos errores cardinales: en primer lugar, se mezcla la crisis coyuntural con la crisis histórica de todo el sistema capitalista; en segundo lugar, se admite que, independientemente de la actividad consciente de las clases, una crisis puede por sí misma ser la “última crisis”.
      
         Bajo la dominación del capital industrial, en la época de la libre competencia, los ascensos coyunturales sobrepasaban de lejos a las crisis; los primeros eran la “regla”, los segundos, la “excepción”; el capitalismo en su conjunto estaba en ascenso. Desde la guerra, con la dominación del capital financiero monopolista, las crisis coyunturales sobrepasan de lejos a las recuperaciones. Se puede decir que las crisis se han convertido en la regla y los auges en la excepción, el desarrollo económico en su conjunto va hacia abajo, no hacia arriba.
       
        No obstante, las oscilaciones coyunturales son inevitables y aún con el capitalismo enfermo, se perpetuarán en tanto exista el capitalismo. Y el capitalismo se perpetuará en tanto que no se haya llevado a cabo la revolución proletaria. Ésta es la única respuesta correcta.
 
FATALISMO Y MARXISMO
        
      El revolucionario proletario debe comprender, ante todo, que el marxismo, única teoría científica de la revolución proletaria, nada tiene en común con la espera fatalista de la “última” crisis. El marxismo es, por su propia esencia, una guía para la acción revolucionaria. El marxismo no ignora la voluntad y el coraje, sino que los ayuda a encontrar el camino justo.
         
      No hay ninguna crisis que pueda ser, por sí misma, “mortal” para el capitalismo. Las oscilaciones de la coyuntura crean solamente una situación en la cual será más fácil o más difícil al proletariado derrocar al capitalismo. El paso de la sociedad burguesa a la sociedad socialista presupone la actividad de personas vivas, que hacen su propia historia. No la hacen por azar ni según su gusto, sino bajo la influencia de causas objetivas determinadas. Entretanto, sus propias acciones —su iniciativa, su audacia, su devoción o, por el contrario, su estupidez y su cobardía— entran como eslabones necesarios en la cadena del desarrollo histórico.
        
      Nadie ha numerado las crisis del capitalismo ni ha indicado de antemano cuál de ellas será la “última”. Pero toda nuestra época y sobre todo la crisis actual, dictan imperiosamente al proletariado: ¡Tomad el poder!. Si el partido obrero, a pesar de las condiciones favorables, se revela incapaz de llevar al proletariado a la conquista del poder, la vida de la sociedad continuará, necesariamente, sobre bases capitalistas; hasta una nueva crisis o una nueva guerra, quizás, hasta el derrumbe completo de la civilización europea.
 
LA ‘ÚLTIMA’ CRISIS Y LA ‘ÚLTIMA’ GUERRA
        
     La guerra imperialista de 1914-18 representó también una “crisis” en la marcha del capitalismo y, por cierto, la más terrible de todas las crisis posibles. En ningún libro se predijo que esa guerra sería o no la última locura sangrienta del capitalismo. La experiencia de Rusia ha demostrado que la guerra podía ser el fin del capitalismo.
       
    En Alemania y en Austria, la suerte de la sociedad burguesa dependió enteramente en 1918 de la socialdemocracia, pero este partido reveló ser el sirviente del capital. En Italia y en Francia, el proletariado hubiera podido conquistar el poder al fin de la guerra, pero no tenía a su frente un partido revolucionario. En una palabra, si la Segunda Internacional en el momento de la guerra, no hubiera traicionado la causa del socialismo para adherir al patriotismo burgués, toda la historia de Europa y de la humanidad se presentaría hoy de una manera completamente distinta.
       
       Por supuesto, el pasado no es reparable. Pero se pueden aprender las lecciones que nos deja. El desarrollo del fascismo es en sí mismo, el testimonio irrefutable de que la clase obrera ha tardado terriblemente en cumplir la tarea puesta ante sí, desde hace mucho tiempo, por la decadencia del capitalismo.
       
      La frase “esta crisis no es todavía la última”, no puede tener más que un sentido: a pesar de las lecciones de la guerra y de las convulsiones de posguerra, los partidos obreros aún no han sabido prepararse a sí mismos, ni preparar al proletariado, para la toma del poder; peor aún, los dirigentes de esos partidos no ven siquiera hasta ahora la tarea a la que se enfrentan, la hacen recaer en el “desarrollo histórico” en lugar de en sí mismos, en el partido y en la clase.
         
     El fatalismo es una traición teórica contra el marxismo y la justificación de la traición política contra el proletariado, es decir, la preparación de una nueva capitulación ante una nueva “última” guerra.
 
LA I.C. SE HA PASADO A LAS POSICIONES DEL FATALISMO SOCIALDEMÓCRATA
 
         El fatalismo de la socialdemocracia es una herencia de la preguerra, cuando el capitalismo crecía casi sin interrupción, aumentaba el número de obreros, aumentaba el número de militantes del partido, de votos en las elecciones y de puestos ganados en éstas. De este ascenso automático nació poco a poco la ilusión reformista de que es suficiente continuar por el viejo camino (propaganda, elecciones, organización) y la victoria vendrá por sí sola.
       
      Por cierto, la guerra ha desbaratado el automatismo del proceso. Pero la guerra es un fenómeno “excepcional”. Con la ayuda de Ginebra no habrá una nueva guerra, todo volverá a lo normal, y el automatismo del proceso se restablecerá. A la luz de esa perspectiva las palabras “esta no es la última crisis”, deben significar: “en cinco años, en diez años, en veinte años, tendremos más votos y más puestos electivos, entonces hay que esperar y tomaremos el poder”. (Ver los artículos y discursos de Paul Faure). Este fatalismo optimista, que parecía convincente hace un cuarto de siglo, resuena ahora como una voz de ultratumba.
       
         La idea de que, en el camino hacia la crisis futura, el proletariado se volverá inevitablemente más poderoso que ahora, es radicalmente falsa. Con la inevitable decadencia del capitalismo, el proletariado no crecerá ni se hará más fuerte, sino que se descompondrá, haciendo cada vez mayor el ejército de desocupados y lumpenproletarios. Entretanto, la pequeña burguesía se desclasará y caerá en la desesperación. La pérdida de tiempo abre una perspectiva para el fascismo y no para la revolución proletaria.
       
     Es de destacar que también la Internacional Comunista, burocratizada hasta la médula, ha reemplazado la teoría de la acción revolucionaria por la religión del fatalismo. Es imposible luchar porque “no hay situación revolucionaria”. Pero una situación revolucionaria no cae del cielo, se forma en la lucha de clases. El partido del proletariado es el factor político más importante para la formación de una situación revolucionaria. Si ese partido da la espalda a las tareas revolucionarias, adormeciendo y engañando a los obreros para jugar a los petitorios y para confraternizar con los radicales, entonces debe formarse, no una situación revolucionaria, sino una situación contrarrevolucionaria.
 
¿CÓMO APRECIA LA SITUACIÓN LA BURGUESÍA?
           
      El declive del capitalismo, junto con el grado extraordinariamente elevado de las fuerzas productivas, es la premisa económica de la revolución socialista. Sobre esta base se desarrolla la lucha de clases. En la lucha viva de las clases se forma y madura una situación revolucionaria.
          
   ¿Cómo aprecia la situación actual y como actúa la gran burguesía, el amo de la sociedad contemporánea? El 6 de febrero de 1934 no fue inesperado más que para las organizaciones obreras y la pequeña burguesía. Los centros del gran capital participaban desde hacía mucho tiempo en el complot, con el objetivo de sustituir por la violencia al parlamentarismo por el bonapartismo (régimen “personal”). Esto significa que los bancos, los trust, el Estado Mayor, la gran prensa juzgaron tan próximo el peligro de la revolución que se apresuraron a prepararse para ella mediante un “pequeño” golpe de Estado.
        
     De aquí surgen dos conclusiones importantes: 1) los capitalistas, desde antes de 1934, juzgaban la situación como revolucionaria; 2) no se quedaron a esperar pasivamente el desarro llo de los acontecimientos, para recurrir en el último momento a una defensa “legal”, sino que tomaron ellos mismos la iniciativa, lanzando sus bandas a la calle. ¡La gran burguesía ha dado a los obreros una inapreciable lección de estrategia de clase!
 
mani contra reforma
         L’Humanité repite que el “frente único” ha echado a Doumergue. Pero esto es, para decirlo moderadamente, una simple fanfarronada. Por el contrario, si el gran capital ha juzgado posible y razonable reemplazar a Doumergue por Flandin, es únicamente por que el Frente Único no representa aún un peligro revolucionario inmediato, de lo que la burguesía se ha convencido por la experiencia. “Puesto que los terribles dirigentes de la Internacional Comunista, a pesar de la situación del país, no se preparan para la lucha sino que tiemblan de miedo, quiere decir que se puede esperar para pasar al fascismo.
         
   Es inútil forzar los acontecimientos y comprometer prematuramente a los radicales, a quienes aún se puede necesitar”. Esto es lo que se dicen los verdaderos amos de la situación. Mantienen la unión nacional y sus decretos bonapartistas, ponen al Parlamento bajo el terror, pero dejan de apoyarse en Doumergue. Los jefes del capital han hecho así una cierta corrección a su apreciación originaria, reconociendo que la situación no es inmediatamente revolucionaria, sino prerrevolucionaria.
       
      ¡Segunda lección destacable de estrategia de clase! Muestra que incluso el gran capital, que tiene a su disposición todas las palancas de mando, no puede apreciar de un solo golpe, a priori e infaliblemente la situación política en toda su realidad. Entra en la lucha y, en el proceso, sobre la base de la experiencia que ésta le da, corrige y precisa su apreciación. Este es en general, el único medio posible de orientarse en política correcta y, al mismo tiempo, activamente.
      
     ¿Y los jefes de la Internacional Comunista? En Moscú, sin tomar en cuenta al movimiento obrero francés, algunos burócratas mediocres, mal informados, que en su mayoría ni siquiera leen en francés. Es muy característico de la burocracia obrera pequeñoburguesa asustada, sobre todo de los estalinistas, haberse aliado con los radicales “para luchar contra el fascismo”, después que los radicales hubieron demostrado su completa incapacidad para luchar contra el fascismo. El acuerdo electoral con los radicales, que era un crimen desde el punto de vista dé los intereses históricos del proletariado, tenía por lo menos un sentido práctico en los marcos restringidos del parlamentarismo.
       
     La alianza extraparlamentaria con los radicales contra el fascismo es no sólo un crimen, sino también una idiotez. dan el diagnóstico infalible, con ayuda de su termómetro: “La situación no es revolucionaria”. El Comité Central del Partido Comunista Francés está obligado a repetir esta frase vacía, cerrando ojos y oídos.

¡El camino de la Internacional Comunista es el camino más corto hacia el abismo!
 
EL SENTIDO DE LA CAPITULACIÓN DE LOS RADICALES
 
        El Partido Radical representa el instrumento político de la gran burguesía, mejor adaptado a las tradiciones y a los prejuicios de la pequeña burguesía. A pesar de esto, los jefes principales del radicalismo, bajo la fusta del capital financiero, se han inclinado humildemente ante el golpe de estado del 6 de febrero, dirigido inmediatamente contra ellos. De ese modo, han reconocido que la marcha de la lucha de clases amenaza a los intereses fundamentales de la “nación”, es decir de la burguesía, y se han visto obligados a sacrificar los intereses electorales de su partido. La capitulación del partido parlamentario más poderoso, ante los revólveres y navajas de los fascistas es la expresión exterior del derrumbe completo del equilibrio político del país. Pero, quien dice estas palabras, dice con ellas que la situación es revolucionaria o, para decirlo con mayor exactitud, prerrevolucionaria.
 
LA PEQUEÑA BURGUESÍA Y LA SITUACIÓN PRERREVOLUCIONARIA
 
           Los procesos que se desarrollan en las masas de la pequeña burguesía tienen una importancia excepcional para apreciar la situación política. La crisis política del país es, ante todo, la crisis de confianza de las masas pequeñoburguesas en sus partidos y en sus dirigentes tradicionales. El descontento, el nerviosismo, la inestabilidad, el arrebato fácil de la pequeña burguesía son signos extremadamente importantes de una situación prerrevolucionaria. Así, como el enfermo que arde de fiebre se acuesta sobre el lado derecho o sobre el izquierdo, la pequeña burguesía febril puede volverse a la derecha o a la izquierda, según el lado al que se vuelvan en el período próximo los millones de campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, pequeños funcionarios franceses. La situación prerrevolucionaria puede volverse tanto una situación revolucionaria como contrarrevolucionaria.
      
      La mejoría de la coyuntura económica podría —no por mucho tiempo— atrasar, pero no frenar la diferenciación de la pequeña burguesía a derecha o a izquierda. Si, por el contrario, la crisis se profundizase, la quiebra del radicalismo y de todos los agrupamientos parlamentarios que gravitan a su alrededor, adquiriría una velocidad redoblada.
 
¿CÓMO PUEDE PRODUCIRSE UN GOLPE DE ESTADO FASCISTA EN FRANCIA?
       
     Sin embargo, no hay que pensar que el fascismo debe necesariamente convertirse en un poderoso partido parlamentario antes de que se haga dueño del poder. Así es como sucedió en Alemania, pero en Italia ocurrió de otro modo. Para el éxito del fascismo no es en absoluto obligatorio que la pequeña burguesía haya roto previamente con los antiguos partidos “democráticos”, es suficiente con que haya perdido la confianza que tenía en ellos y que mire con inquietud a su alrededor, buscando nuevos caminos.
TOSTKY
      
   En las próximas elecciones municipales, la pequeña burguesía puede aún dar un número importante de sus votos a los radicales y a los grupos cercanos, por la ausencia de un nuevo partido político que logre conquistar la confianza de los campesinos y de los pequeños burgueses de las ciudades. Y al mismo tiempo, puede producirse un golpe de fuerza militar del fascismo, con la ayuda de la gran burguesía, desde algunos meses después de las elecciones y mediante su presión atraerse las simpatías de las capas más desesperadas de la pequeña burguesía.
      
     Por eso, sería una seria ilusión consolarse pensando que la bandera del fascismo no se ha hecho aún popular en el interior y en los pueblos. Las tendencias antiparlamentarias de la pequeña burguesía pueden, escapando a los marcos de la política parlamentaria oficial de los partidos, apoyar directa e inmediatamente un golpe de estado militar, cuando éste se haga necesario para la salvación del gran capital.
      
       Anotemos al pasar que el marxismo no ignora en absoluto elementos tales como la tradición y el temperamento nacional. La dirección fundamental del desarrollo está determinada, evidentemente, por la marcha de su lucha de clases. Pero las formas del movimiento, su ritmo, etc,  pueden variar mucho bajo la influencia del temperamento y de las tradiciones nacionales que, a su vez, se han formado en el pasado bajo la influencia de la lucha de clases. Semejante modo de acción corresponde mucho más a las tradiciones y al temperamento de Francia.
       
     Las cifras de las elecciones tienen, naturalmente, una importancia sintomática. Pero apoyarse sobre este único índice sería dar prueba de cretinismo parlamentario. Se trata de procesos más profundos que, en una mala mañana, pueden tomar por sorpresa a los señores parlamentarios. En éste, como en los demás terrenos, la cuestión no se zanja por la aritmética sino por la dinámica de la lucha. La gran burguesía no registra pasivamente la evolución de las clases medias, sino que prepara las tenazas de acero con ayuda de las cuales podrá atrapar en el momento oportuno a las masas a las que ha torturado y desesperado.

DIALÉCTICA Y METAFÍSICA
        
     El pensamiento marxista es dialéctico: considera todos los fenómenos en su desarrollo, en su paso de un estado a otro. El pensamiento del pequeñoburgués conservador es metafísico, sus concepciones son inamovibles e inmutables, entre los fenómenos hay tabiques impermeables.
        
     La oposición absoluta entre una situación revolucionaria y una situación no revolucionaria es un ejemplo clásico de pensamiento metafísico, según la fórmula: lo que es, es; lo que no es, no es, y todo lo demás es cosa del demonio.
         
      En el proceso histórico se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias. Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción, son situaciones intermedias, transitorias, entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria o… contrarrevolucionaria.
         
    Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política. Qué diríamos de un artista que no distinguiera más que los dos colores extremos del espectro. Que es daltónico o medio ciego y que debe renunciar al pincel. ¿Qué decir de un político que no fuera capaz de distinguir más que dos estados: “revolucionario” y “no revolucionario”? Que no es un marxista, sino un estalinista, que puede ser un buen funcionario, pero de ningún modo un dirigente proletario.
            
   Una situación revolucionaria se forma por la acción reciproca de factores objetivos y subjetivos. Si el partido del proletariado se muestra incapaz de analizar a tiempo las tendencias de la situación prerrevolucionaria y de intervenir activamente en su desarrollo, en lugar de una situación revolucionaria surgirá inevitablemente una situación contrarrevolucionaria. Es precisamente ante este peligro que se encuentra actualmente el proletariado francés. La política miope, pasiva, oportunista del frente único y sobre todo de los estalinistas, que se han convertido en su ala derecha: he aquí lo que constituye el principal obstáculo en el camino de la revolución proletaria en Francia.”
 
LEON TROTSKY

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